Para una vida plena, es necesario fijarse un ideal, el que debe cumplir con los requisitos de ser a la vez: soñado, anhelado, altruista, pero sobre todo asequible; debes pensar que nunca podremos ser más de lo que soñamos ser. Por eso mismo debemos ¡soñar en grande!, porque soñar en verdad, no nos costará nada de nada.
Una vez fijado este ideal, cada día, cada hora, y cada minuto de nuestra existencia, debe estar signado por algún tipo de acción, tendiente a acercarnos un poco más cada vez a ese objetivo, aunque solo sea en pasos muy pequeños; exactamente de la misma forma en que todo gran capital, alguna vez fue solo una simple moneda. Además debemos hacer siempre lo que debemos hacer, nos guste o no, en el momento y lugar justo; sin dilaciones, temores o autoengaños.
En toda lucha por un ideal se tropieza con adversarios y se levantan críticas. El hombre firme no los escucha, ni se detiene a contarlos, es más: los reconoce y acepta lo que realmente son: honores y alabanzas encubiertas.
Si tienes muchos acreedores y grandes inconvenientes para cobrar, ¡olvídalos ya!, esto hará que automáticamente estos acreedores se transformen en uno solo, uno realmente muy poderoso: DIOS, lo que te garantiza una recuperación total de tus bienes, a la par de "cobrar" jugosos e impensados “intereses”. Pero debes estar atento para reconocerlos, porque ellos no vienen siempre en la forma de dinero.
Te has preguntado alguna vez, ¿cuán efímera es la vida humana, como para preocuparte por detalles realmente irrelevantes? Te invito a reflexionar en lo que ahora te propongo. ¿Cuántos bisabuelos biológicos tiene cada ser humano?: "8" contestas y es cierto. ¿Serías capaz de darme el nombre de por lo menos uno de aquéllos ocho?
Lo más probable es que no te acuerdes, o peor aún, nunca lo hayas sabido. Piensa lo que puede suceder, con los 16 tatarabuelos (=24 en 4 generaciones) que cada uno de nosotros biológica y necesariamente debe tener.
Lo más probable es que no te acuerdes, o peor aún, nunca lo hayas sabido. Piensa lo que puede suceder, con los 16 tatarabuelos (=24 en 4 generaciones) que cada uno de nosotros biológica y necesariamente debe tener.
Esto me obliga a meditar sobre la real trascendencia que el hombre tiene, en su paso por la vida, o dicho de otra manera lo efímera que es la vida humana. Ahora tomamos consciencia que tan solo basta una, o a lo sumo dos generaciones de ancestros, para perder toda huella de la obra "trascendental" que una persona deja en su tránsito por la vida.
Pero, ¿podrían decir lo mismo los choznos de Albert Einstein? (actuales coetáneos nuestros), dado que este bisabuelo dejó para la posteridad una obra de vida realmente descomunal.
Algo similar podemos decir de la vida de muchos otros grandes que ha dado la historia humana. Pensemos entonces –por un momento– cuánto debemos exigirnos para que la obra de nuestra vida trascienda a nuestra propia vida y a la vida humana misma: o, dicho de otra manera: para que con nuestra obra de vida, hagamos honor a nuestra condición de persona humana, creatura trascendente de DIOS.
Pretender comparar la fama con el prestigio, es lo mismo que confundir el aserrín de la madera con el pan rallado. Aunque, aparentemente idénticos a simple vista, se trata de dos sustancias diferentes y no debemos confundirnos. Luchemos, en nuestra vida, por obtener los segundos, porque solo famosos los hay a montones: Collor de Melo, Al Cappone, Fernando Peña, etc.; mientras que prestigiosos existen muy pocos: Juan Pablo Segundo, René Favaloro, Marta Pelloni…
Nunca reniegues de tus errores y equívocos, por el contrario, acéptalos como el precio a pagar para la asimilación de válidos conocimientos que posteriormente nutrirán el abanico de tu propia experiencia. Precisamente este ello sustenta a una ciencia moderna: la Heurística, que se ocupa de la asimilación de conocimientos basados en la experimentación y el descubrimiento.
Por otra parte estoy convencido que es más valiosa la corrección de un sabio, que la alabanza da un tonto. Por otra parte, ya lo expresaba José Ingenieros: "Quien carece de la virtud de reconocer sus errores, es tanto más despreciable, cuanto mayor es su empecinamiento".
Y también escuché por ahí decir: "La lectura es para la mente, lo que el ejercicio es para el cuerpo", y también "El cuerpo es al hardware, lo que la mente es al software".
Es correcto, pero el SER humano, al contrario de cualquier otro SER, está sustentado en equilibrio no solo por su dualidad bípeda CUERPO-MENTE (HARDWARE-SOFTWARE en una máquina), sino realmente por el complejo trípode CUERPO-MENTE-ESPIRITU.
Y es precisamente esto, lo que diferencia al SER humano del resto de los SERES inteligentes, sean estos humanos, animales o máquinas.
Los tres grados de equilibrio del ser humano, quedan absolutamente fijados por este trípode, de los cuales el CUERPO y la MENTE son ya ampliamente estudiados científicamente y atendidos, en sus necesidades vitales, por médicos, siquiatras y sicólogos.
Mientras que el tercero, el ESPÍRITU mantiene su ligazón (religare = ligadura = religión) con el SER ABSOLUTO y SUPREMO que para nosotros –y muchas otras culturas- lo reconocemos con el nombre de DIOS.
Para el ESPÍRITU, la ciencia no tiene respuestas fáciles ni sencillas, dado que la base fundamental para su estudio es el concepto subjetivo de la FE pura y es atendido, en sus necesidades, por los sacerdotes de cada religión.
A la luz de esta reflexión creo conveniente mantenernos atentos en nuestra vida, para no caer en la inestabilidad de descuidar "la tercera pata" de este trípode: la FE, para evitar un involuntario desequilibrio de nuestro SER.
Observa por favor, que todo lo dicho, es absolutamente independiente de la propia religión o credo, que cada uno de nosotros sea capaz de profesar y que, por otro lado, solo es "un camino diferente para unirnos con el ser SUPREMO”.
Finalmente ¡seamos buenos! El bueno se mejora al serlo, pues cada acto suyo, marca una victoria sobre el mal, mejora y contagia a los demás, educando con la inobjetable lógica del ejemplo testimonial.
Creo firmemente que para ser bueno naturalmente solo es necesario aplicar el concepto del SENTIDO COMÚN, acompañado siempre, de una moralidad inquebrantable.
A lo largo de mi vida, pude observar una constante entre las personas bondadosas: todas ellas eran dueñas de un GRAN SENTIDO COMÚN y lo que más llamó mi atención, es que simultáneamente ellas mismas poseían –también– un gran SENTIDO DEL HUMOR y esto no puede ni debe ser desestimado.
Con cariño, dedicado al nonato Máximo.
El 19 de septiembre, de 2009.
El nono Raúl Vera.